NUTRICIÓN

 

 

 

 

EN NUESTRA ALIMENTACION PRIMA LA PRESENCIA A LA SALUD

 

Los productos de la agricultura intensiva tienen similares nutrientes a los ecológicos, pero han perdido el buen gusto.

Los tomates que comemos la mayoría del año saben a lo mismo que huelen las nubes. O esa lechuga, envuelta en plástico para no desmerecer lo que va dentro. En los países más avanzados se come a la carta todo el año, incluso hay quien presume de llevar una dieta saludable porque la basa en verduras, frutas, legumbres. Pero, con la pérdida del sabor, ¿no se habrán ido también los nutrientes?

 

Muchos estudios han entrado a esclarecer esta cuestión, uno publicado en el Reino Unido, por la Agencia de Seguridad Alimentaria (FSA, en sus siglas inglesas), cuya primera conclusión ha levantado polvareda en el sector de la agricultura ecológica: sostiene que no hay diferencias significativas entre los alimentos orgánicos (ecológicos) y los de la agricultura convencional intensiva. Estos últimos son los que se ven en cualquier mercado urbano, procedentes de explotaciones agrícolas intensivas, con su calendario fitosanitario en orden. Un modelo productivo y comercial que permite comer tomates todo el año, por ejemplo.

 

Incluso los ecologistas pueden admitir que dos naranjas, una convencional y otra ecológica podrían tener similares nutrientes, pero se quejan de estos estudios porque, dicen, soslayan el debate principal para la salud: los residuos químicos presentes en los alimentos que han sido tratados con fitosanitarios; y otras dos cuestiones clave para el medio ambiente: el uso abusivo que esquilma los suelos fértiles y los transportes a grandes distancias.

 

María Dolores Raigón es catedrática de Edafología y Química Agrícola en la Universidad Politécnica de Valencia. Sus estudios comenzaron hace años analizando los suelos de la huerta valenciana. "Observamos que habían perdido muchos nutrientes y pensamos que, por lógica, las frutas y verduras podrían estar sufriéndolo también". Tras algunas investigaciones científicas, afirma que hay diferencias entre unos productos y otros, "en el potasio, el hierro, el calcio, las vitaminas".

 

Pero las mayores diferencias, asegura, se encuentran en las sustancias antioxidantes, "sobre todo en los polifenoles". No se trata de nutrientes, pero estos elementos "son más que recomendables para la salud". La planta genera polifenoles como un mecanismo de defensa, cuando se ve sometida a cierto estrés, falta de agua en algún momento, por ejemplo, "o un simple insecto que merodee por allí". Pero si esa misma planta se cría como flor de invernadero, con todos los cuidados, no desarrolla defensas y, por tanto, ni hablar de polifenoles, que son los que contribuyen a "retrasar el proceso de oxidación y prevenir enfermedades".

 

¿Están de acuerdo con eso en Monsanto, una gran multinacional puntera en biotecnología agrícola? "Cualquier estrés en la planta influye en los niveles de producción y en su desarrollo y necesitamos producir alimentos para una población creciente", afirma el director de Biotecnología para España y Portugal de esta empresa, Carlos Vicente. Y no entra en los polifenoles. Hay hambre, viene a decir, y eso es prioritario.
Entre paliar el hambre y comer insípidos pepinos en noviembre debe haber un punto intermedio. ¿Es necesario que las hortalizas no sepan a nada?

 

Hace 10.000 años, cuando el hombre abandonó su nomadismo recolector y pasó a vivir de la agricultura, dio inicio la domesticación de las plantas. Su selección, a ojo de buen cubero, apartando los mejores higos, las calabazas más gordas y las espigas más vistosas, ha supuesto una enorme manipulación genética natural que ha conseguido, por ejemplo, que ciertas hortalizas se desprendan de su lado más amargo o incluso venenoso. Hasta hoy. Pero en todos esos siglos, las frutas no perdieron su sabor. ¿Qué ha pasado en las últimas décadas?

 

"La recolección prematura, para que el fruto llegue presentable a los mercados después de un largo transporte interrumpe el ciclo de la planta; lo que no haya sintetizado en el suelo ya no lo hará", explica María Dolores Raigón. A eso hay que añadir las cámaras frigoríficas para prolongar la comercialización. "Las vitaminas no se sintetizan en las cámaras", asegura la científica. Junto a esa recolección prematura, Raigón cita otros dos factores que, a su juicio, influyen en la pérdida de nutrientes: la sustitución de variedades locales por otras y la pérdida del suelo, por agotamiento o porque las huertas han sucumbido ante hileras de adosados. "Y esas huertas en terreno llano, en el mismo sitio en que se ubicaban las poblaciones, eran las más fértiles, porque allí quedaba depositado lo mejor de las erosiones", añade Raigón. "Si un suelo carece de un mineral, por más fertilizante que se le añada, el equilibrio está roto, nunca será el mismo para la planta. Y no hay alimentos de calidad sin suelos de calidad", no se cansa de decir la catedrática.

 

Greenpeace quiere desmontar la idea extendida de que la agricultura ecológica es menos productiva: "Eso hay que medirlo por unidad de energía consumida, y, visto así, la agricultura convencional no produce más". También abogan por cambiar el modo de consumir occidental que, dicen, está arrasando la economía de los países más pobres: "Argentina se muere de hambre para que nosotros comamos el pollo más barato. Comemos demasiada carne, y la importamos de países que gastan 10 kilos de cereal por cada kilo de carne, cereal que necesitan para comer", afirma.

 

 

 

 

NO FIARSE DE LA PRESENCIA O DEL SABOR

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